El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina. Las Corbetas del Rey

Epílogo. El castillo de San Antón

La Gaceta de Madrid y el Mercurio de España dan la noticia en sus ediciones de diciembre.

El día 7, el monarca Carlos IV recibe en palacio a los capitanes de navío Alejandro Malaspina, José Bustamante y Dionisio Galiano y al teniente Ciriaco Cevallos. El ministro Antonio Valdés oficia la ceremonia. Los homenajeados dispensan al rey el tradicional besamanos. Hace dos meses que Alejandro solicitó la recepción. La carta llegó al despacho del ministro, quien supo que besar la mano de su majestad era el «único descanso» al que aspiraban los comandantes de la Descubierta y la Atrevida en pago a sus desvelos. Verdad a medias. La aduladora muestra de gratitud, respeto y lealtad es sincera, pero también encierra la noble intención de embelesar al monarca consiguiendo su bendición para gastar lo que no hay. El súbdito pide dinero para ordenar los materiales. ¿Cuánto? Poco, la cantidad necesaria para pagar el traslado y la manutención en Madrid de cuatro personas; una suma ridícula comparada con las cifras manejadas en los últimos cinco años. Costear el viaje y dar de comer al hambriento, qué menos se puede pedir. Informan los periódicos de cosas sabidas, las obviaremos. Lo ignorado es el valor de las mercancías, de la plata transportada por el convoy al que unieron sus baterías las corbetas protegiéndolo del revolucionario francés. La cantidad asciende a la friolera de ocho millones de pesos. Suma que, a no dudar, puso de buen humor al soberano. Desvela el Mercurio que, llegados a tierra, el ministro Valdés continúa patrocinando la expedición, sigue velando por sus intereses. Los resultados del viaje no tardarán en presentarse al público, concluye el cronista. Buenos deseos, falsas ilusiones.

El tiempo no pasa en vano. Ni la monarquía es la de antaño ni don Alejandro se reconoce en el atrevido capitán de fragata que un día lejano salió a circunnavegar el globo. La experiencia lo modeló afianzando sus principios, consolidando su filosofía del bien común. Termina la función, suenan los aplausos. En la soledad del camarote el comandante se enfrenta a la eterna encrucijada, decidir cuál será su nuevo papel en la «gran comedia del mundo». ¿Quizás ha llegado el momento de retirarse? ¿Acaso sea esta la última oportunidad para salir del escenario arropado por las ovaciones? La duda lo atormenta. Ignora incluso sus planes inmediatos. Hay desidia en su comportamiento. Actúa impulsivamente. Renunciar al ascenso a brigadier ha sido un error. En un ambiente dominado por las intrigas palaciegas, consolidar la posición resulta la mejor opción. Malaspina es un hombre conocido en el juego de la vida cortesana. Se sabe querido y estimado, se siente unido a lo más sabio y virtuoso del país. Lo mueven el trabajo y el amor por los semejantes, cualidades que no lo ayudarán a cumplir su deseo de reformar una monarquía que no quiere regenerarse. La partida se juega con cartas marcadas, y la va a perder.

En los primeros meses de 1795 Alejandro elabora una memoria sobre la paz con Francia que hace llegar al ministro de Estado, Manuel Godoy, por mediación de Antonio Valdés. Los folios lo identifican como un peligroso rival. Las páginas merecen el desprecio del mandatario y, lo peor, le ponen sobre aviso. Malaspina descubre sus intenciones, ha decidido meterse en política. Su futuro pende del hilo absolutista de su graciosa majestad. En marzo asciende a brigadier. Su nombre suena como próximo ministro. Será pasando por encima del cadáver de don Manuel. Ambos lo saben. El relato de la expedición deja bastante que desear. Los problemas se multiplican. Ha trabajado mucho y no obtuvo en proporción. Al menos el consulado de Cádiz se compromete a publicar la obra. A primeros de noviembre obtiene una licencia de cuatro meses para viajar a Italia. No la hace efectiva y pierde la oportunidad de salir airoso del infame trance que lo acecha. La noche del 23 de noviembre Malaspina es arrestado en su domicilio de Buenavista. Después, por los mismos hechos, idéntica suerte corren el religioso Manuel Gil, colaborador en la redacción del viaje, y la marquesa de Matallana, dama de compañía de la Reina. La noticia prende como la pólvora. El gobernador de Madrid teme que la detención del marino ocasione tumultos dada su popularidad. Los motivos del arresto se ignoran. Los rumores toman la calle. Los más atrevidos hablan de un complot contra el brigadier. Los fantasiosos achacan el arresto a la venta de una isla descubierta en el Pacífico. La situación es impredecible e incierta. Los amigos andan temerosos. Durante días, Malaspina permanece incomunicado en el cuartel de las Guardias de Corps. Reunido el consejo de Estado, el viernes 27 el monarca ratifica el procesamiento de los encarcelados, acusados de conspiración. El juicio se desarrolla con premura. Los imputados están desprotegidos. Ni siquiera pueden nombrar defensor. Preside el tribunal el obispo de Salamanca. Transcurridos cuatro meses, no hay ni pruebas ni confesiones. El proceso entra en un punto muerto pero Godoy sabe cómo salir del atolladero. Arbitrariamente, Carlos IV firma un decreto condenando a los inculpados. Alejandro Malaspina es degradado y expulsado de la Armada, condenado a la pena de diez años y un día de privación de libertad encerrado en el castillo coruñés de San Antón. Seis pasó rodeado de agua, encerrado entre viejos muros levantados sobre un solitario islote. Tuvo tiempo para pensar, leer y escribir.

¿Qué sucedió? En los últimos tiempos Malaspina olvida los diarios de navegación y da un paso al frente en su afán regeneracionista. Confiado en sus posibilidades, el brigadier busca la manera de informar al rey sobre los desmanes cometidos por el ministro Godoy, de contarle la vida licenciosa que practica, de mostrarle la incapacidad del arrogante sujeto para gobernar; en tres palabras, planea su destitución. En la trama participan la reina María Luisa y la marquesa de Matallana. Su majestad lo hace por despecho al amante. El joven ministro hace tiempo que no visita su alcoba, y los celos la mortifican. La pasión ciega a la primera dama. La Matallana tiene amistad con Alejandro. Es una intrigante cualificada y está en su salsa. La reina es mujer de poco fiar y oculta sus verdaderas intenciones. Pretende atraer al infiel para dejarse caer en sus brazos sacrificando a los cómplices. Una táctica conocida. No es la primera vez que la usa. Malaspina desconfía, hasta el punto de que del memorial que reciba doña María Luisa ni una palabra sale de su puño y letra. Él dicta y la marquesa escribe. Nunca podrán relacionar su caligrafía con el documento. Otra dama de la corte, María Frías Pizarro, querida y confidente del ministro, está al tanto de los hechos y pone al amante en situación. Tampoco falta un confesor que cuenta los pecados regios. La reacción de Godoy al descubrir la intriga es radical: eliminar al rival. Si pudiese, rodarían cabezas.

Domingo 22 de noviembre, monasterio de El Escorial. El consejo de Gobierno celebra reunión extraordinaria para deliberar sobre el caso Malaspina. El primer ministro toma la palabra, expone su relato. Es un hábil orador. Además, quienes lo escuchan no tienen la menor intención de contradecirle. Sabiéndose ganador, tergiversa los hechos, retuerce los argumentos, inventa una conspiración, convirtiendo un asunto personal en una causa de Estado. Alejandro carece de apoyos en la sala. Su otrora valedor, Antonio Valdés, dimitió recientemente del cargo de ministro para quitarse de en medio. Carlos IV, más interesado en ir de caza que en impartir justicia, resuelve el asunto con la detención inmediata de los inculpados, tal y como desea Godoy.

Marzo de 1803. Alejandro Malaspina desembarca en Génova. La pena de prisión fue conmutada por el destierro. La mediación de Napoleón ha surtido efecto logrando su excarcelamiento. De Génova se traslada a Mulazzo, donde hace cuarenta años que no pisa. Vive en Italia, pero sus ojos miran con pesar hacia la otra orilla del Mediterráneo. Piensa en cómo volver. Amigos no le faltan. Dinero, tampoco. Los últimos meses de su vida fueron duros. Una grave enfermedad postra al marino en cama. El 9 de abril de 1810, en su residencia de Pontremoli, «a las 10 de la noche dejó de vivir el docto y célebre señor Alejandro Malaspina de Mulazzo». La noticia aparece en la Gazzetta di Genova nueve días después del óbito. Murió sin cumplir el sueño de regresar a su patria adoptiva.

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Plano y vista del puerto y la bahía de Cádiz. © Museo Naval, Madrid.
Carlos III. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Mapamundi. © Museo Naval, Madrid.
Las Tetas de Biobío. © Museo Naval, Madrid.
Apresto, armamento y pertrechos de las corbetas Descubierta y Atrevida. © Museo de América, Madrid.
Preparación de la expedición. © Museo Naval, Madrid.
José Bustamante y Guerra. © Museo Naval, Madrid.
Dionisio Alcalá Galiano. © Museo Naval, Madrid.
Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
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La Descubierta en la isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
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Gaviotín. © Museo Naval, Madrid.
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Modo de enlazar el ganado. © Museo Naval, Madrid.
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Buenos Aires desde el río. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el camino de las carretas. © Museo Naval, Madrid.
Algarropa. © Museo Naval, Madrid.
Ganso. © Museo Naval, Madrid.
Patagona. © Museo Naval, Madrid.
Reunión con los patagones. © Museo Naval, Madrid.
Puerto Deseado. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de las costas de la América meridional. © Museo Naval, Madrid.
Péndulo simple. © Museo Naval, Madrid.
Establecimiento de la Soledad en las islas Malvinas. © Museo Naval, Madrid.
Banca de hielo. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bloques de hielo. © Museo Naval, Madrid.
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Catiguala y su hijo. © Museo Naval, Madrid.
Santiago de Chile. © Museo Naval, Madrid.
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Tadeo Haenke. Dibujo de V. R. Grüner, reproducido del libro Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke, de M.ª Victoria Ibáñez (ed.), (Madrid: Lunwerg, 1992).
Arnica peruana. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Volcán de Arequipa. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Dos panorámicas del puerto de Valparaíso. © Museo Naval, Madrid.
Tabla de colores. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
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Indio casibo e indio chispeo. © Museo de América, Madrid.
Herbario. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Bignonia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Martinete coronado. © Museo Naval, Madrid.
José del Pozo. Dibujo en paradero desconocido, reproducido del libro Los pintores de la expedición de Alejandro Malaspina, de Carmen Sotos (Madrid: Real Academia de la Historia, 1982).
La ciudad de Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Charrán. © Museo Naval, Madrid.
El volcán Chimborazo y el río Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Hibiscus tiliaceus. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
La ciudad de Panamá vista desde la isla de Naos. © Museo Naval, Madrid.
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Pez gallo. © Museo Naval, Madrid.
El Realejo. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Mujeres de El Realejo. © Museo de América, Madrid.
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Tortuga verde. © Museo Naval, Madrid.
Vista de la bahía y puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
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Chaetodon amarillo. © Museo Naval, Madrid.
Pira y sepulcro en puerto Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
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Tetrao lagopus, variedad americana. © Museo Naval, Madrid.
India de Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Puerto del Desengaño. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de los reconocimientos hechos en 1792 en la costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
Las corbetas Descubierta y Atrevida en la costa noroeste. © Museo de América, Madrid.
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Baile en la playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Vista del canal de Vernacci y una gran cascada. © Museo de América, Madrid.
Macuina. © Museo de América, Madrid.
Playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
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Mapache. © Museo Naval, Madrid.
Modo de pelear de los indios de California. © Museo Naval, Madrid.
Población y puerto de Acapulco. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
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Indias mexicanas. © Museo Naval, Madrid.
Indias tejiendo. © Museo de América, Madrid.
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Querétaro. © Museo de América, Madrid.
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Serpiente de coral. © Museo Naval, Madrid.
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México visto desde Guadalupe. © Museo de América, Madrid.
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Canal de Salamanca. © Museo Naval, Madrid.
Vista del puerto de Palapa. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Sorsogón. © Museo Naval, Madrid.
Volcán de Albay. © Museo Naval, Madrid.
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Negra de Manila. © Museo de América, Madrid.
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Chino. © Museo de América, Madrid.
Pagoda chinesca. © Museo Naval, Madrid.
Delfín. © Museo de América, Madrid.
Muerte de Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Dugongo. © Museo de América, Madrid.
Zamboanga. © Museo Naval, Madrid.
Hombre y mujer de Nueva Holanda (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Parramata. © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Sídney. © Museo Naval, Madrid.
Recibimiento de los oficiales en bahía Botánica. © Museo de América, Madrid.
Baile de las mujeres en Vavao. © Museo Naval, Madrid.
Mujeres mariscando. © Museo de América, Madrid.
Malaspina acompañado de dos nativas. © Museo de América, Madrid.
Mujer tendida en una hamaca. © Museo de América, Madrid.
Aguada de las corbetas en la isla Vavao. © Museo de América, Madrid.
Paso de los Andes de Santiago a Mendoza. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bancas de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Colonia del Sacramento. © Museo Naval, Madrid.
La ciudad de Cádiz contemplada desde el castillo de San Sebastián. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Castillo de San Antón. © José Manuel Candales/Museo Militar de A Coruña.
Antonio Valdés. © Museo Naval, Madrid.
Retrato de Carlos IV. © Museo Naval, Madrid.
Castello di Mulazzo. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Alejandro Malaspina. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Indio guagua. © Museo de América, Madrid.
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