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ENTREVISTA CON EL SECRETARIO DEL JURADO DEL PREMIO FRONTERAS DEL CONOCIMIENTO EN ECOLOGÍA

Pedro Jordano: “Abriremos la puerta a nuevas pandemias si seguimos devastando ecosistemas y manteniendo una relación tóxica con la naturaleza”

PABLO JÁUREGUI

El ecólogo Pedro Jordano denunciaba en un reciente artículo que los seres humanos mantenemos “una relación tóxica” con el mundo natural, y que debemos revisarla urgentemente “si no queremos una humanidad abocada a pandemias”. Desde la semana pasada, Jordano –profesor de Investigación del CSIC en el Departamento de Ecología Integrativa de la Estación Biológica de Doñana y secretario del jurado del Premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación– forma parte del Grupo de Trabajo Multidisciplinar que asesora al Ministerio de Ciencia e Innovación en materias científicas relacionadas con Covid-19. En esta entrevista, el profesor Jordano aborda las lecciones ecológicas que deberíamos aprender del coronavirus, si pretendemos evitar crisis similares, o incluso peores, en el futuro.

28 abril, 2020

Perfil

Pedro Jordano

Pregunta.- ¿En qué sentido es “tóxica” nuestra relación con la naturaleza y por qué, tal y como concluía en su reciente artículo, debemos revisarla urgentemente para protegernos de futuras pandemias?

Respuesta.- Esa “toxicidad” tiene que ver con varios aspectos de nuestra relación con la vida silvestre. Si se revisan todas las enfermedades infecciosas que afectan a humanos, el 60% provienen de zoonosis, es decir, de saltos de virus de especies animales a humanos, y cada una de ellas tiene que ver con problemas de nuestra relación con el medio ambiente. Fundamentalmente, la destrucción de hábitat o deforestación, la sobrecaza, la caza ilegal de especies de vida silvestre, la sobreexplotación y los sistemas de agricultura o ganadería cuya intensidad es tan fuerte que dañan la biodiversidad de ecosistemas y rompen su equilibrio. Por ejemplo, la desaparición de grandes depredadores altera por completo todo el balance que hay en cadenas tróficas. Entonces surgen plagas de roedores o de otros micromamíferos, y estos incrementos en su densidad de población pueden dar lugar a distintos tipos de zoonosis, por ejemplo por hantavirus. Son situaciones en las que se produce un desajuste en la relación del ser humano con el medio ambiente, es decir, en el uso que hacemos de los recursos naturales.

P.- ¿Podríamos decir, en este sentido, que conservar la biodiversidad es fundamental para conservar la salud humana?

R.- Sí, porque la biodiversidad desde esa perspectiva funciona como un amortiguador. Al fin y al cabo, las poblaciones de animales y plantas, igual que la nuestra, están reguladas, y su regulación proviene de que están embebidas en una arquitectura de biodiversidad que amortigua los cambios que se producen de manera natural en las especies. Si falla ese colchón, las poblaciones de algunas especies pueden fluctuar y convertirse en plaga, generando una sobrepoblación y desencadenando este tipo de problemas.

P.- En el caso de la actual pandemia, ¿está claramente demostrado su origen zoonótico? Algunos medios siguen especulando con la posibilidad de que el virus fuera fabricado deliberadamente, o saliera por accidente de un laboratorio en China.

R.- Por los precedentes que conocemos, todo indica que su origen es zoonótico. Como ya he comentado, 6 de cada 10 enfermedades infecciosas en humanos provienen de zoonosis. De momento, por lo que se conoce de la secuencia genética de este virus y de su relación evolutiva con otros coronavirus de su misma familia, los más próximos (por la similitud de su cadena de ARN) son virus de murciélagos y otros grupos de mamíferos como los pangolines. Al mismo tiempo, varios trabajos ya han comprobado que no tiene las características de virus fabricados artificialmente. Por tanto, no parece que un origen artificial sea una hipótesis plausible. Los fallos humanos nunca podemos descartarlos, pero lo que sí parece descartable es que el virus tenga un origen sintético.

P.- ¿Son los murciélagos, entonces, el origen más probable de la zoonosis, con los pangolines actuando como especie intermedia?

R.- No está probado, pero es lo que sugiere la similitud de la secuencia de este coronavirus con las de otros virus de la misma familia detectados en murciélagos y pangolines. Y realmente es una cadena posible. Ya conocemos otras zoonosis que han tenido su origen en murciélagos, como el virus de Nipah. En ese caso se ha podido producir un salto a hospedadores intermedios, y de ahí un salto a los humanos. Ya ha pasado con otras especies como los camellos, que actuaron de hospedadores intermedios en anteriores pandemias como la del MERS-Cov. El comercio mundial con pangolines es enorme y son frecuentes en mercados de fresco en Oriente y en África, siendo muy posible este tipo de paso intermedio desde los murciélagos. O bien por contacto de murciélagos con especies domésticas en granjas, etc. En cada salto el virus evoluciona al adaptarse a cada organismo, y aunque guarda las similitudes que se han podido detectar, no es exactamente el mismo virus; decimos que coevoluciona con su especie hospedadora.

P.- Si se confirma que los murciélagos son el origen de este coronavirus, ¿existe el riesgo de que se demonice a esta especie y se opte por tomar medidas drásticas para eliminarla, al considerarla una fuente de riesgo para la población humana?

R.– Evidentemente esto sería un grave error, basado en un diagnóstico equivocado. El problema no está en los murciélagos per se, sino en la actividad humana en relación con estas especies. Lo que verdaderamente tenemos que replantearnos es nuestro propio comportamiento en la naturaleza y regular nuestras acciones, en vez de erradicar a una especie, lo cual no solo sería imposible, sino completamente equivocado. Nadie en su sano juicio puede plantear eso, porque además los murciélagos son absolutamente fundamentales; y no solo los murciélagos, sino en general toda la estructura de la biodiversidad que tiene un ecosistema comporta múltiples beneficios para la vida humana. En este sentido, no se puede estigmatizar a una especie. Los murciélagos, en concreto, aportan beneficios importantísimos en polinización de muchas especies de flores y dispersión de muchas especies de plantas, para las cuales son auténticos jardineros del bosque; sin mencionar su efecto regulador en poblaciones de insectos, un papel crucial para la regulación de los vectores de la malaria, por ejemplo. Sin la dispersión de semillas que efectúan, la regeneración de los bosques y las selvas colapsaría. Por tanto, sería sencillamente un error de bulto y un enfoque completamente equivocado tomar acciones contra estas especies, u otras, argumentando un posible riesgo de pandemias. Esa no es ninguna solución y, de hecho, el problema se volvería a repetir.

P.- Entonces, ¿cuál sería la solución? En su artículo, hablaba de las “puertas de la pandemia” que debemos cerrar para evitar los saltos de virus. ¿Cómo podemos bloquear estas puertas en el futuro?

R.- Cuando hablo de las puertas de la pandemia, me refiero a aquellos lugares donde no establecemos una relación sana y sostenible con la naturaleza. Esas puertas se abren cuando nuestras acciones tienen efectos absolutamente devastadores en los ecosistemas, y por eso deberemos plantearnos cómo hacer un uso mucho más sostenible de los recursos naturales. La puerta de esta pandemia concreta muy probablemente esté asociada al comercio de carne fresca, los llamados wet markets en países donde este comercio no está regulado, y cuyo suministro proviene en muchos casos de caza ilegal de animales salvajes. Esa caza ilegal es extractiva, no me refiero a la caza de subsistencia de comunidades indígenas, sino de auténticas mafias de crimen organizado internacional que extraen millones de toneladas de vida silvestre, que luego pasan a mercados de carne fresca en ciudades en diferentes países. Actualmente no tenemos instrumentos a escala internacional para regular esos comercios. La legislación que usamos ahora en muchos países para regular el comercio internacional es el convenio CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres), pero este convenio se desarrolló para regular la sobreexplotación de especies amenazadas, no sirve para regular el comercio y la caza ilegal de muchas otras especies. Tendríamos que expandir el convenio CITES para que pudieran perseguirse estas situaciones de sobrecaza y mercados ilegales de carne fresca, que son auténticas puertas abiertas para pandemias. Probablemente ha sido una de esas puertas lo que explica el origen último de la actual pandemia, y sin duda podrán provocar más situaciones similares en el futuro si no las cerramos.

P.- Al igual que frente a la amenaza del cambio climático, ¿necesitamos un gran tratado internacional, un “Acuerdo de París” para acabar con la caza y comercio ilegal de animales salvajes?

R.- Esta situación solo puede resolverse con acuerdos internacionales, apoyados con acciones concretas adaptadas a las situaciones locales de cada país. El único instrumento adicional que existe además de CITES es el Consorcio Internacional para Combatir los Delitos contra la Vida Silvestre (ICCWC, por sus siglas en inglés), un consorcio de cinco organizaciones que incluye CITES y otros organismos como UN y el Banco Mundial y que habría que expandir. Este comercio ilegal está en manos de organizaciones que funcionan como una auténtica mafia, traficando con vida silvestre al igual que ocurre con el tráfico de drogas y seres humanos. Solo en las cuencas del río Congo y el Amazonas, anualmente mueven 20 millones de toneladas de carne, con graves daños para los ecosistemas que tienen un altísimo coste económico de billones de dólares. Además, dejan áreas totalmente defaunadas, imposibilitando la subsistencia de comunidades indígenas. Una vía para solucionarlo sería que en el ámbito de Naciones Unidas o del G-20 se tomaran medidas para que estas actuaciones se persiguiesen como delitos ambientales. Estoy seguro de que a corto o medio plazo esto se va a plantear, porque cada vez somos más conscientes de que problemas como la pandemia actual tienen que ver con este tipo de alteraciones en la vida silvestre. Seguramente lo más eficaz sería ampliar el ámbito de actuación de los convenios que ya existen, CITES y ICWCC, para perseguir estas prácticas.

P.- ¿Y el cambio climático? ¿Puede aumentar también el riesgo de pandemias?

R.- Sí, porque el cambio climático forma parte del proceso más amplio que llamamos cambio global, que se refiere a todas las alteraciones del funcionamiento del sistema Tierra. Por ejemplo, recientemente hemos tenido otras pandemias de menor efecto global, como el zika, la gripe aviar y el West Nile, que están muy asociadas a expansiones de los vectores –en este caso mosquitos– en la cuenca Mediterránea, muy probablemente favorecidas por el cambio climático, que está haciendo progresar a estas especies que son vectores portadores de los patógenos, al aumentar su distribución a latitudes más altas, desde el sur hacia el norte. Eso tiene que ver con procesos de cambio climático. Por eso, son tan fundamentales los acuerdos internacionales que puedan lograrse tanto con respecto al cambio climático como al control tajante de la caza y comercio ilegal de especies silvestres, basados en acuerdos de máximo nivel.

P.- En cuanto a la investigación científica en este campo, ¿cuáles deben ser las prioridades para protegernos de futuras pandemias?

R.- Obviamente hay una serie de objetivos inmediatos, como técnicas más potentes de diagnóstico y desarrollo de vacunas. Pero desde el punto de vista de lo que llamamos la ecología de la enfermedad, uno de los aspectos más prioritarios ahora mismo es avanzar en el conocimiento tan limitado que tenemos de la biodiversidad natural de virus y patógenos que potencialmente pueden ser dañinos para la humanidad. Es un trabajo de exploración, de inventariar esos virus y sus especies portadoras, de analizar por medio de técnicas moleculares cuáles son esos virus, sus diferentes familias y las relaciones evolutivas que hay entre ellos, para poder obtener un  catálogo natural de la biodiversidad de los virus. Desde la perspectiva la ecología de la enfermedad, nos hace falta además entender bien cuáles son los mecanismos de propagación de los virus, es decir, los mecanismos co-evolutivos entre los virus y sus especies hospedadoras, en qué condiciones pueden “saltar” de una especie a otra. Además, necesitamos comprender las reacciones inmunológicas en respuesta a los procesos de infección, la duración de la respuesta inmune, y estudiar a fondo la dinámica de interacción entre patógenos y hospedadores. Finalmente, necesitamos contar con matemáticos y expertos en sistemas complejos para analizar las dinámicas de propagación e identificar los puntos calientes de contagio en una red compleja de relaciones entre humanos. Son muchos los ámbitos abiertos donde nos falta conocimiento, pero el punto inicial es la prospección de la biodiversidad de los virus, que ahora mismo es una gran laguna de conocimiento.

P.- ¿Todavía sabemos muy poco sobre los reservorios potenciales de virus en la naturaleza?

R.- Efectivamente el conocimiento en este aspecto es muy limitado, insuficiente. Sorprende que sepamos tan poco de los organismos más abundantes del planeta. El catálogo ahora mismo es muy limitado, del orden de poco más de 5.000 especies o cuasi-especies víricas, pero realmente los estudios más recientes de genómica ambiental sugieren que estamos infra-estimando la cifra real en varios órdenes de magnitud. Es una biodiversidad espectacular, que incluye – esto también hay que decirlo – no solo virus potencialmente patogénicos, sino otros que pueden tener un papel fundamental en la dinámica de los ecosistemas naturales, y ser muy beneficiosos desde el punto de sus servicios ecosistémicos. Por ejemplo en la descomposición de materia orgánica en los bosques y en muchos otros procesos en la formación de suelos, la fijación de carbono en el océano, etc., junto con el resto del microbioma.

P.- ¿Cree que la humanidad aprenderá la dura lección de esta pandemia y cambiará su “relación tóxica” con la naturaleza para evitar futuros desastres?

R.- Ese es el gran reto que tenemos por delante, y creo que a nadie le cabe duda que la solución sólo vendrá de una acción concertada. Verlo de otra manera es tener un diagnóstico completamente errado de la situación. Además de la acción global, es necesario que los gobiernos de los distintos países puedan identificar cuáles son las medidas que deben adoptar en sus situaciones locales. Hay varias lecciones que debemos aprender. En primer lugar, ser muy conscientes de cuáles son las puertas de estas zoonosis, recurrentemente asociadas a daños a la naturaleza, cuáles son los problemas de nuestra relación con el medio ambiente, cuáles son las acciones que podemos llevar a cabo para evitar que esas puertas se abran y volver a cerrarlas. Convenios internacionales como CITES tienen que abrirse, expandirse, para incluir aspectos de salud humana y criminalística ambiental que ahora mismo no están contempladas. Ahora mismo, la caja de herramientas que tenemos es muy incompleta e insuficiente para arreglar estas averías. La otra gran lección es que necesitamos un apoyo decidido a la ciencia, y eso no se improvisa, tiene que ser una acción pautada y sostenida en el tiempo. Ahora mismo creo que la ciencia está dando un ejemplo de colaboración global, y gracias a ello estamos aprendiendo cada vez más y generando conocimiento de forma muy rápida y muy eficiente sobre un virus que hace unos pocos meses era desconocido. Con este trabajo colaborativo se están logrando avances espectaculares, pero eso no parte de cero, sólo es posible con grupos de investigación muy bien formados, equipados y bien apoyados.