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Wladimir J. Alonso: “Los modelos predictivos no nos dan una bola de cristal para anticipar la próxima pandemia”

En la aldea global del siglo XXI, la propagación de enfermedades infecciosas ya no se limita a áreas reducidas, sino que atraviesa fronteras con facilidad y rapidez, y muchas de ellas se convierten en auténticos retos para las políticas de gestión de riesgos sanitarios.

La OMS estima que, por ejemplo, la cifra de muertes que causa cada año la gripe estacional oscila entre las 250.000 y las 500.000. La reciente epidemia de ébola (2014-2016) causó la muerte de más de 11.000 personas en seis países, incluido un fallecimiento fuera de África —en Estados Unidos—.

12 abril, 2017

Uno de los enfoques que se está adoptando para combatir estas enfermedades es el desarrollo de modelos computacionales que puedan predecir con antelación el surgimiento e impacto de epidemias (a nivel local) o pandemias (a nivel global). Esta estrategia es, sin embargo, cuestionada por el epidemiólogo Wladimir J. Alonso, que estuvo en Madrid el 10 de abril para impartir en la Fundación BBVA la conferencia ‘Epidemias y pandemias de gripe: un ejemplo de las limitaciones de la modelización predictiva’, dentro del ciclo ‘Demography Today’ que están celebrando la Fundación y el CSIC.

Alonso afirma que “nos engañamos si creemos que los modelos predictivos nos van a dar una bola de cristal para luchar contra las pandemias. Hacer estudios (como mapas) de riesgos es muy útil, pero pensar que podemos predecir la próxima pandemia es una peligrosa ilusión”, y propone un cambio de enfoque basado en el establecimiento de planes de actuación ante múltiples escenarios de riesgos y la participación activa de la sociedad:

“En cualquier catástrofe, sea un terremoto o una pandemia, la buena preparación de la población es fundamental”.

TUITEAR

El epidemiólogo explica que las enfermedades infecciosas son sistemas complejos tan sujetos a múltiples circunstancias y variables (desde las específicas del virus a factores meteorológicos, comportamiento social o políticas sanitarias), que los modelos predictivos, por muy complejos y sofisticados que sean, no pueden abarcar el nivel de incertidumbre que encierra el futuro. Por ello, defiende la necesidad de hacer un cambio de paradigma en los modelos de gestión que, en lugar de intentar alcanzar una predicción efectiva, se centre en resolver las principales debilidades de la sociedad, incluidas las de los sistemas de salud pública, ante una amplia gama de posibles crisis.

Los modelos computacionales sí pueden contribuir a este cambio de paradigma, ya que pueden utilizarse para realizar pruebas de estrés que ayuden a identificar y resolver estas debilidades. “La preparación ante una pandemia debe estar basada en la premisa de que no sabremos cuál va a ser el problema que afrontaremos, ni dónde, ni cómo. Por ello, debemos diseñar medidas que nos permitan hacer frente al mayor número posible de escenarios de riesgo para la salud”. Una estrategia que, según afirma Alonso, “no solo puede resolver problemas futuros, sino también actuales”.

Convertir a la sociedad en una aliada

Alonso pone dos ejemplos muy cercanos en el tiempo: el ébola en 2014-2016 y la gripe A en 2009.

El caso de la epidemia de ébola es un ejemplo de cómo una medida tomada para afrontar un problema concreto se revela útil para otro: “Uno de los factores que contribuyó a contener la enfermedad fue que Nigeria ya estaba en cierta forma preparada con un buen sistema de identificación de infecciones, gracias a una campaña que había habido para erradicar la polio. Así que cuando surgió la epidemia de ébola, ya tenían planes de actuación y profesionales preparados que podían hacerle frente, y que la contuvieron antes de que se propagara en la ciudad de Lagos, inmensa y muy pobre. Si lo hubiera hecho, probablemente quizá a día de hoy aún no estaría controlado este terrible brote epidémico”.

En el caso de la gripe A, desde la pandemia ocurrida en 1918 (llamada gripe española, de la que se cumple un siglo el año que viene), se ha convertido en una de las enfermedades infecciosas más estudiadas. Y sin embargo, sigue presentando desafíos y una mortalidad anual de la que todavía se desconocen las cifras exactas. En la pandemia de 2009, incluso con todos los planes de actuación previstos, el virus no pudo ser contenido en su propagación global. “Afortunadamente fue un virus mucho menos mortal que el de 1918”, dice Alonso.

“En general, hubo muchos errores en la gestión, aunque también se tomaron medidas acertadas”, continúa. “Por ejemplo, el Reino Unido habilitó una línea telefónica para enfermos, una medida que fue muy criticada en su momento pero que yo considero muy positiva porque estaba basada en un conocimiento epidemiológico básico sobre virus respiratorios: que la simple proximidad entre personas puede llevar al contagio. Así que cuando te enfrentas a un virus respiratorio del que no conoces su peligrosidad, debes evitar que las personas que sospechas que lo tienen entren en contacto con otras. En el Reino Unido  los posibles enfermos llamaban por teléfono, y si se confirmaba la sospecha de infección, las autoridades les enviaban los antivirales a través de alguna persona cercana, evitando así que el enfermo propagara aún más la enfermedad dirigiéndose a hospitales y clínicas”.

En esta participación activa de la sociedad se encuentra otra de las claves que Alonso defiende para combatir los brotes pandémicos con eficacia. “Hay que preparar a las personas, confiar en su capacidad de reaccionar correctamente. Si confías e informas bien a la población, la transformas en un aliado para responder a situaciones de esa envergadura”. Alonso pone el ejemplo de la sociedad neozelandesa, cuyos planes de actuación ante terremotos la capacitan para afrontar desastres biológicos. “Se trata de crear sociedades antifrágiles —usando una expresión del filósofo y matemático Nassim Taleb—, “en las cuales la fortaleza proviene de exponer los problemas a los que deben hacer frente”.

Wladimir J. Alonso

Wladimir J. Alonso recibió su doctorado en Epidemiología en la Universidad de Oxford en el Reino Unido. Sus contribuciones a la ciencia básica y aplicada se reflejan en más de 2.000 citas de artículos publicados en las principales revistas científicas. Trabaja como investigador independiente y, desde 2006, es consultor e investigador asociado en el Fogarty International Center (NIH), y su trabajo se ha concentrado en la investigación de la salud global.

Wladimir fue pionero en el análisis de los gradientes en la latitud de los parámetros estacionales de las enfermedades (posteriormente adoptados por el CDC de los Estados Unidos, la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones) y los análisis que revelaron que las vacunas anuales contra la gripe se administran en el momento equivocado en los trópicos. Sus esfuerzos para traducir el conocimiento en epidemiología en decisiones más eficaces de salud pública, también condujeron a la publicación de varios estudios y al desarrollo de recomendaciones para la lucha contra la pandemia de gripe H1N1 de 2009 y de otras emergencias de salud pública.