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El siglo XX comenzó en España a la sombra de una grave conmoción moral y nacional provocada por el llamado Desastre del 98: la abrumadora derrota militar ante Estados Unidos y la consecuente pérdida de los restos del gran imperio ultramarino forjado desde el siglo XV.

Pero, pese al profundo pesimismo causado por aquella crisis finisecular, muy pronto la nueva centuria dio paso a un proceso de recuperación económica, desarrollo social y efervescencia cultural que acabaría insertando al país en la senda de la modernización compartida por toda la Europa continental hasta la trágica cesura derivada de la Gran Guerra de 1914-1918. Fue un proceso modernizador intenso que tuvo sus grandes éxitos regeneracionistas y evidentes logros europeizantes, pero que también incubó grandes desafíos en diferentes planos combinados (social, cultural, territorial, institucional y diplomático).

La forzada neutralidad española en aquella contienda mundial no evitó que el país sufriera los efectos desestabilizadores de la guerra total porque, si bien España no entró en el conflicto, las consecuencias del conflicto sí afectaron a España de manera radical. De hecho, el país viviría a partir de la gran crisis del verano de 1917 en un clima de creciente deterioro económico, progresiva inestabilidad política y agudizada tensión social y territorial.