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Superado el viejo tópico de Viktor Klemperer o Hans Wantoch de 1927 que pensaba España como territorio sin Renacimiento o alejado del modelo italiano, hoy este periodo histórico se nos presenta rico, denso y plural. Dependiente no solo del humanismo y las artes venidas desde Italia, sino también de Flandes, las Españas de la península ibérica y las Indias se nos presentan plurales, pero no menos importantes en sus contribuciones: la diversidad de sus reinos y de sus pobladores en ideas y creencias, en lenguas y linajes, propiciaron un renacimiento poliédrico en el que brilló la contemporaneidad de lo diferente más que una unidad credencial, ideológica o estilística.

Existió un Renacimiento castellano y otro catalano-aragonés, y un tercero novohispano, con elementos comunes y otros diferenciales a pesar de los trasvases, bien visibles por ejemplo en sus arquitecturas. Existió un Renacimiento artístico a la italiana y otro a la flamenca, cuyos modelos no eran percibidos tan claramente como hoy en día; un movimiento contrarreformístico y otros alejados de Roma, emanados de inquietudes y agendas ideológicas diferentes, de conversos, alumbrados o pseudoprotestantes, cuyos restos son difícilmente perceptibles, aunque no menos históricos. De Elio Antonio de Nebrija a fray Luis de Granada, fray Luis de León o Benito Arias Montano; del marqués del Zenete y el cardenal Mendoza a Felipe II; de Alonso Berruguete y Diego de Siloé a Luis de Morales, el Mudo o el Greco, Juan de Juni o Pompeo Leoni, todos contribuyeron a un Renacimiento tan plural como el de las Españas entre el Mediterráneo y el Pacífico.