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Joel E. Cohen: “Una buena parte de nuestras cosechas hace que nuestros coches funcionen en vez de alimentar personas”

MARÍA PÉREZ ÁVILA

Joel E. Cohen, que ostenta la cátedra Abby Rockefeller Mauzé de Estudios de Población en la Universidad Rockefeller y en la Universidad de Columbia, (Nueva York), ha impartido en la Fundación BBVA la conferencia “El hambre no merece la pena”, dentro del ciclo de conferencias “Demography Today”. En ella ha hablado de cómo puede influir la ayuda de la familia en cuestiones como la crianza de los hijos o la fecundidad de las mujeres.

15 abril, 2019

Perfil

Joel E. Cohen

Durante el año 2018 se cultivó en todo el mundo la suficiente cantidad de cereal como para alimentar a más de 10.000 millones de personas. No obstante, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) hay 800 millones de personas que sufren hambre crónica cada año. ¿Por qué todo este alimento no llega a quien lo necesita?

El matemático Joel E. Cohen, que estudia poblaciones, ecosistemas y entornos utilizando herramientas matemáticas, estadísticas y computacionales centrándose en la salud humana, explica que del total de granos de cereal producidos –trigo, maíz, arroz– el 43% se destina a la alimentación humana. Otro 35% es para los animales que el mundo desarrollado alimenta para poder comer carne. El 22% restante se destina a las máquinas que proporcionan productos y servicios. “Por ejemplo, en Estados Unidos el 10% del petróleo que va al depósito de mi coche debe ser etanol de las plantas. Por lo tanto, una buena parte de nuestras cosechas de maíz, en vez de alimentar a personas, hace que los coches funcionen”, explica Cohen. Otros usos incluyen almidón para fabricar las camisas o cartuchos de impresoras con tinta de soja. “Significa que las semillas de soja, en vez de alimentar personas, están alimentando a la impresora de la oficina”, añade.

Hay más de 200 definiciones de hambre crónica, puesto que se puede medir de muchas maneras: según los ingresos de la familia, según el suministro de alimentos del país, de la distribución de los ingresos, e incluso analizando si las familias han tenido escasez de alimentos en el último día, mes o año.

Sin embargo, sólo hay una forma de medir el retraso del crecimiento en la niñez a causa de la desnutrición crónica. Esta se basa en un estudio que llevó a cabo la Organización Mundial de la Salud a lo largo de seis años.  En el estudio participaron varios miles de niños de todas partes del mundo pertenecientes a familias de clase media que se habían alimentado exclusivamente de leche materna hasta los primeros seis meses o un año, de madres no fumadoras, y donde los hijos estaban bien alimentados. “Con esto se obtiene una población de referencia de niños bien alimentados a cada edad”, indica Cohen. De este modo, se estableció que la definición de retraso en el crecimiento se aplica a niños que se quedan por debajo de dos desviaciones típicas de la media de esa distribución normal.

El hambre crónica se sitúa a lo largo de un cinturón que recorre el mundo tropical: desde el oeste hasta el este de África, el sur de Asia – India, Bangladesh, Pakistán – hasta el este de Asia. “El mayor número de personas que sufren desnutrición crónica está en el sur de Asia, pero la mayor proporción de gente con desnutrición crónica está en el África subsahariana”, afirma el experto.

Para determinar las raíces del hambre crónica en el mundo, Cohen habla de ello como el centro de un círculo rodeado de un contexto en el que intervienen diferentes factores. Por un lado, los políticos: ¿al gobierno le importa si el pueblo tiene comida? Por otro lado, económico. ¿El sistema está organizado para ser productivo? ¿Hay infraestructura para que la comida llegue a los mercados? También influyen las condiciones dentro de la comunidad: ¿es el terreno fértil? Si no lo es, ¿tienen acceso a fertilizantes? ¿Hay alguna manera de traer fertilizantes? Y, por último, están las condiciones dentro de la familia. “En muchas familias, cuando entra algo de proteína en el hogar, por ejemplo un huevo, se lo come el hombre de la casa. Si queda algo más, va para la madre. Si todavía sobra un poco, es para el hijo. Y, si después de todo eso aún queda, es para la hija”, afirma. “Desgraciadamente, muchas chicas sufren desnutrición crónica en parte por estas tradiciones”.

A parte de las graves consecuencias para la salud que tiene la malnutrición – es responsable de la muerte del 45% de los niños menores de cinco años –, el impacto negativo se extiende hasta la capacidad de una sociedad para innovar. “Los niños que sufren malnutrición son más susceptibles a enfermedades, mueren más jóvenes, pero también se ve afectada su capacidad para aprender, ¿cómo cambia una sociedad si la gente no puede aprender? No puede, está estancada”, explica Cohen.

Y es que, según indica, se han estudiado los cerebros de niños normales que mueren por accidente y los de niños que han sufrido malnutrición, y estos son diferentes, carecen de las conexiones neuronales necesarias para aprender. “Debemos dar a los niños la oportunidad de ser completamente humanos, como tú y yo. Nuestros cerebros funcionan, pero para los niños con retraso del crecimiento a los tres años se ha acabado, no tienen la oportunidad”, sentencia.

Cohen señala que hay varios estudios que demuestran de forma experimental que si se ofrece a las familias una recompensa en forma de comida porque sus hijos vayan al colegio, los padres los mandarán a la escuela en vez de mantener a las niñas limpiando la casa y a los niños cuidando del ganado. “Se consiguen dos cosas por el precio de una: llevar comida a los hogares y educación para los niños”.

Él propone un planteamiento a largo plazo en el que los gobiernos introduzcan bonos del Estado con el fin de mejorar la alimentación y, como objetivo final, mejorar la educación de los niños. Si los niños tienen un retraso del crecimiento por falta de comida, son menos capaces de aprender, obtienen menos educación y son menos productivos en la adultez. “Si se detiene el retraso del crecimiento se puede aumentar el producto económico de un país, pero se tardan 20 años en pasar de bebé a trabajador, se necesita un pensamiento a largo plazo”, señala.

“Lo que propongo son bonos que permitan a los gobiernos invertir en la alimentación de los niños, así los ingresos aumentarán, los gobiernos podrán gravar los salarios, pagar los intereses de la deuda, y devolver los préstamos gracias al incremento de la productividad de los niños que han sido alimentados en vez de sufrir hambre crónica”, añade Cohen.