La Fundación BBVA presenta “Charcos y ballenas”, una exposición con fotografías de Rosa Juanco y poemas de Fernando Beltrán
El común amor al charco ha unido a la artista plástica y fotógrafa Rosa Juanco con el poeta Fernando Beltrán, que a través de dos puntos de vista, dos artes y dos anclajes de reflexión construyen y contagian a partes iguales vértigo y belleza. El resultado es una exposición con 40 poemas y 20 fotografías que ha comisariado Fátima Bravo y que se puede visitar en el Palacio del Marqués de Salamanca de Madrid desde el 2 de octubre al 14 de noviembre. La muestra, inaugurada el pasado 1 de octubre, supone el retorno de las actividades presenciales en la sede madrileña de la Fundación BBVA. El acceso a la exposición es libre y gratuito, con un aforo limitado en función de las condiciones marcadas por las autoridades sanitarias.
28 septiembre, 2021
“Charcos y Ballenas. Las palabras que quedan por decir” se originó, “como casi todas las cosas que importan, de forma inesperada”, evoca Rosa Juanco. “Era otoño y estaba de viaje por la Champaña francesa. Acababa de llover y ahí estaban esos charcos que tenían todo un mundo dentro, con fondos en los que podías abismarte y superficies espejadas en los que la naturaleza -hojas, insectos- se sostiene en un equilibrio frágil. En esos mismos charcos estaba el reflejo de todo lo que había por encima, que es un poco todo lo que está por venir. De modo que aquellos charcos, esa huella que había dejado la lluvia, era una huella en pasado, en presente y en futuro”.
Pero esta artista, que vive y trabaja entre Madrid y Bruselas, buscaba algo más, “que diera anclaje y profundidad a mis fotografías”. Y así fue como acudió al poeta ovetense Fernando Beltrán, creador de El Nombre de las Cosas, premio Asturias de las Letras y cuyos textos han sido traducidos a más de veinte idiomas. A Beltrán no le resultó difícil sumergirse en el proyecto porque los charcos -”esa última palabra que a la lluvia, tras irse / le queda siempre por decir”- forman parte de su paisaje vital: “Nací en una ciudad del norte que se llama Lloviedo, en la que llovía, llovía y llovía. Mi infancia es correr entre charcos; quedar en unos charcos, porque los charcos tenían nombre y nos emplazábamos en la lechera, en el corazón, en la bota…”. Así arrancó un trabajo conjunto, una “reflexión del pensamiento infinito”, dice Beltrán, que empezó en los charcos y se encaminó hacia las profundidades de la persona: “Me miras: dos charcos que no alcanzo / Amar es no vivir, pero saberme a salvo”.
Y es que, tal y como explica Juanco, “las ballenas aparecieron después, no vinieron con las fotografías”. “Es el doble juego del charco”, corrobora Beltrán. “Lo rehúyes porque no quieres pisarlo y mancharte, pero su belleza te atrae; esa es su magia y la de la ballena que espera dentro. En un momento dado estás recreándote en la hermosura de los charcos de un parque o de una acera y de repente te introduces en otro mundo que son los charcos de cada uno… y ahí está la ballena aguardando”. Las ballenas surgen del poder evocador que emanan tanto las imágenes como los versos; más aún: su presentación conjunta. Lo explica el poeta al señalar que “Rosa hace que en esas fotografías haya ballenas, que se vean peces, con su hermosura, pero también con sus espinas. Y yo he intentado que en esos poemas se vea lo que al final son las espinas de cada uno… Si uno pone sus espinas, sus escamas, el ojo de pez… al final todos nos parecemos mucho y acabas tocando la belleza y las espinas de todo el mundo”. La artista visual desgrana esta experiencia de encuentro con las ballenas propias en una nueva mirada al paisaje húmedo: “Fernando es, en esta exposición, el alma cómplice, quien a través de sus versos me ha permitido meterme en mis charcos, mojarme sin miedo y emprender juntos ese viaje que me ha llevado a ver mis fotografías con una perspectiva muchísimo más profunda, abriendo ventanas, sentimientos y sensibilidades nuevas que espero seamos capaces de transmitir. Y me ha permitido ser esa ballena que entra y sale del agua dando coletazos, pero respirando siempre”.
Esta fertilización cruzada es la espina dorsal de la muestra, que consta de veinte fotografías que se integran con cuarenta poemas y a los que se añade un vídeo donde los artistas conversan sobre el proyecto: su gestación, su significado y su alcance. “En los poemas de Fernando hay una profundidad que se traslada a la fotografía y hace que uno pase de flotar en el charco a sumergirse en él”, asevera la fotógrafa. “A veces uno cree que lo ha dicho todo sobre un tema y, de repente, alguien te pide unas palabras, como hizo Rosa. Y lo hizo con la entrega de unas fotografías, de un arte, que me conmovió profundamente y me hizo volver a entrar y darme cuenta de que no solo no lo había dicho todo, sino que quedaba todo por decir. En este proyecto conjunto entregamos al mismo tiempo abismo y belleza, charcos y ballenas”, concluye el poeta.
Cuando imagen visual y metáfora crean “una topología del saber difuso”
Tiempo, estabilidad, memoria, símbolo y discursos que se separan y encuentran: estas son algunas claves del proyecto que destaca -en el texto que acompaña a la muestra- el crítico de arte Carlos Delgado Mayordomo.
“En “Charcos y Ballenas” se despliegan y se entrelazan dos discursos: por un lado, la representación fotográfica de la naturaleza y, por otro, la enunciación escritural de la metáfora. El primer discurso está imbuido de un anhelo de estabilidad que es, en realidad, un instante del proceso de entropía que define a la propia naturaleza. El segundo discurso, el despliegue de la metáfora, emerge como desviación gozosa del lenguaje, que siempre hace resonar sentidos inesperados. Aquí, el tiempo es lo que tardan los charcos en secarse, pero también la dimensión dialógica de dos memorias en constante proceso de (re)construcción. Se trata de aprender, nos dice el poeta Fernando Beltrán, “Esa lección del charco / que en invierno se hiela / para vivir aún más”. Las imágenes de Rosa Juanco son el relato de un hallazgo externo bañado por la promesa de su deterioro. Los poemas de Beltrán implican la afloración de recuerdos e imaginarios personales y colectivos, modulados por distintos procesos de simbolización. A ambos autores les une la puesta en valor de una topología del saber difuso, posible a través de la evocación de superficies inestables, formas borrosas y hojas declinantes al amparo del agua, situadas en el filo del centelleo”.