Muchos de nosotros recordaremos el año 2016 por las ya famosas palabras de David Reitze el pasado febrero: «Señoras y señores, hemos detectado ondas gravitatorias. ¡Lo hemos conseguido!». Medir una distorsión del espacio de una parte en 10 ²¹ es un hito tecnológico espeluznante. Esta es una detección largamente esperada que ha requerido más de cuatro décadas de desarrollo tecnológico, avances espectaculares en computación y el trabajo y dedicación de un millar de científicos. Tenemos la suerte de contar con David Reitze para que nos cuente la historia.

La detección directa de ondas gravitatorias por el Observatorio Avanzado de Ondas Gravitatorias por Interferómetro Láser (LIGO), en Estados Unidos, trabajando conjuntamente con los experimentos europeos Virgo y GEO600, ha abierto una nueva ventana al universo que sin duda revolucionará nuestro conocimiento del cosmos y de algunos de los procesos más energéticos que tienen lugar en él.

El 14 de septiembre de 2015, científicos pertenecientes a la Colaboración Científica LIGO y la Colaboración Virgo observaron la colisión y fusión de dos agujeros negros midiendo directamente con los detectores LIGO las ondas gravitatorias emitidas durante la colisión. Esta detección se produce cien años después de que Einstein desarrollara su revolucionaria teoría general de la relatividad, en la que se predecía su existencia, y cincuenta años después de que los científicos iniciaran su búsqueda.
Este descubrimiento tiene implicaciones realmente profundas.

Las ondas gravitatorias proporcionan una información única sobre los acontecimientos astrofísicos más energéticos, desvelando perspectivas también únicas sobre la naturaleza de la gravedad, la materia, el espacio y el tiempo.