Conferencia en el V ciclo Historia de las Ideas

Y la preocupación social irrumpió en la pintura: José Luis Díez analiza la renovación estética entre 1880 y 1915

Las transformaciones en las condiciones de vida y de trabajo, y en la organización social y política, que marcaron la segunda mitad del siglo XIX están protagonizando el V ciclo Historia de las Ideas, organizado por la Real Academia de la Historia y la Fundación BBVA. El académico José Luis Díez, que fue jefe del Área de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado, ha puesto imágenes sobre lienzo a estos procesos en la conferencia  “Renovación estética: el realismo social”, pronunciada en el Palacio del Marqués de Salamanca. El vídeo de la conferencia completa está disponible pulsando Play sobre la imagen que encabeza esta noticia.

19 enero, 2022

El objetivo de esta tercera entrega del ciclo -después de la que dedicó Carmen Iglesias a la idea de progreso y sus consecuencias, y la que impartió Juan Pablo Fusi sobre los nacionalismos– ha sido, en palabras de José Luis Díez, “mostrar cómo los creadores de una de las artes mayores, la pintura, comienzan a tomar conciencia de los cambios sociales que se están operando y los plasman en sus lienzos, en un movimiento que se denomina realismo social”.

Así, las epopeyas históricas y las alegorías heroicas, que con frecuencia dominaban la pintura de mediados del siglo XIX, dejaron espacio, a partir de 1880, a “problemas conyugales, las enfermedades y la muerte, los desastres naturales, la pobreza, la infancia como grupo social especialmente vulnerable, el maltrato de la mujer, los problemas laborales, el nacimiento de la clase obrera…”, ha relatado Díez, quien a lo largo de su carrera ha asumido la dirección científica de numerosas exposiciones dedicadas a la pintura española del siglo XIX.

En algunos casos, el cambio vino alentado por el sentido de novedad, ha explicado el académico: “La pintura recoge por primera vez asuntos que se convierten en protagonistas y que, hasta entonces, simplemente no existían, como las huelgas o la aparición del estrato obrero urbano, que empieza a trabajar en las ciudades, las fábricas, el mundo del ferrocarril, los altos hornos… Son escenarios nuevos y, por eso, hasta entonces no habían tenido sitio en la pintura”.

Además, se trata de una pintura que salta al ámbito público y que prefiere las grandes dimensiones. “No son obras para el coleccionismo privado, sino composiciones de gran formato destinadas a concursar en las grandes exposiciones públicas y, si resultan premiadas, colgar en los muros de los museos. Son obras sancionadas por el arte oficial como testimonio de las preocupaciones sociales que surgen en este momento de entre siglos”.

Un cambio de paradigma

Buena prueba de ello -y del carácter abrupto con que se produce el cambio- son las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, concursos públicos creados por Isabel II en 1856 y que se celebrarían cada dos años durante la centuria siguiente. Díez hace notar que “en 1884 Antonio Muñoz Degrain pinta ‘Los amantes de Teruel’ y recibe un primer premio en la Exposición Nacional; menos de diez años después, en 1892, Vicente Cutanda obtiene la misma distinción con ‘Una huelga de obreros en Vizcaya’. Muy poco antes habría sido impensable que este galardón recayera en un cuadro de más de cinco metros dedicado a un conflicto social. Los propios críticos del momento censuran esta deriva hacia lo que llaman los “asuntos del día” y consideran que da lugar a cuadros sin grandeza ni interés.  Pero son los temas que a la sociedad importan y por eso son premiados y son los cuadros que el Estado compra para que figuren en los museos. No es, por tanto, una pintura clandestina o marginal, o que interesa solo a unos pocos, sino que se institucionaliza y pasa a formar parte del gran parnaso de las obras que están expuestas en el Museo Nacional”.

El caso de Cutanda no fue una excepción: otros lienzos que forjaron el realismo social como movimiento son igualmente galardonados en sucesivas Exposiciones Nacionales, como ‘¡Aún dicen que el pescado es caro!’, de un joven Joaquín Sorolla (premiada en 1892), o ‘La carga’, de Ramón Casas (en 1904).

El interés por los temas sociales -que incluye también temáticas como la emigración del campo a la ciudad o el interés por la nueva medicina y la generalización de las vacunas- atrae a todo tipo de pintores: consagrados y menos conocidos, que cultivan géneros diversos o se concentran en esta temática… En palabras de José Luis Díez, “estos asuntos calan en artistas de primerísima fila como Joaquín Sorolla, Ramón Casas, Santiago Rusiñol, José Jiménez Aranda o el propio Picasso; y en otros tal vez hoy menos populares pero que se convirtieron en verdaderos especialistas, como Vicente Cutanda y Antonio Fillol Graner, que son de los grandes maestros de este género en Europa”.

De hecho, uno de los puntos de interés de esta conferencia ha sido la posibilidad de asomarse a un tipo de pintura que se desarrolló en un periodo bastante acotado (1880-1915) y luego se diluyó, quedando en ocasiones relegada a los almacenes de museos que en otro tiempo le otorgaron un lugar destacado.

Otro aspecto relevante es que ha invitado a reflexionar sobre el hecho de que, como apunta Díez, “a veces se cae en el adanismo de pensar que somos los primeros en preocuparnos por ciertos temas. Es sorprendente e interesante reparar en que algunos artistas del siglo XIX plasman de una manera cruda asuntos como la pederastia, el maltrato a las mujeres, la miseria que recae sobre las personas a consecuencia de los desastres naturales (como una erupción o una inundación), la pobreza extrema, los desahucios, la trata de personas, los conflictos laborales… Que en 1902 Ramón Casas represente a un guardia civil a caballo pisoteando a un manifestante era una cosa casi subversiva. Sin embargo, los artistas de entonces fueron capaces y tuvieron la osadía de hacerlo. Hay problemas que parecen estrictamente contemporáneos pero que ya están presente y preocupaban a autores de grandes cuadros de finales del siglo XIX”.