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Félix de Azúa analiza “el oscurecimiento progresivo de las Luces” en el ciclo “Historia de las ideas (II)”

PABLO JÁUREGUI

El filósofo y escritor Félix de Azúa pronunció este miércoles, 25 de abril, la conferencia “Las luces se apagan. El final del Neoclasicismo”, el cuarto dentro del ciclo “Historia de las Ideas (II)”, dirigido por Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia. La conferencia completa está disponible en el vídeo que encabeza esta noticia.

24 abril, 2018

Ciclo de conferencias

“Historia de las Ideas (II): Siglo XVIII. La Ilustración. Mitos y realidades”

Perfil

Félix de Azúa

Historia de las ideas

Resumen de la conferencia 'Las luces se apagan. El final del Neoclasicismo'

 

Según explicó Azúa, que ocupa el sillón “H” de la Real Academia Española, la historia de las ideas tiene poco momentos de “cambio absoluto”. Uno de ellos, en su opinión, fue “el paso del paganismo al cristianismo”, y otro, “el abandono del mundo tradicional (que Weber llamaba ‘encantado’) por la visión moderna de un ‘globo terráqueo tecnificado’ en el Renacimiento”.

En su conferencia, Azúa exploró una tercera transformación trascendental o, en sus propias palabras “brutal mutación”: la que, a finales del siglo XVIII, “comenzó con el nombre de Ilustración y acabó con el Romanticismo”, otro cambio absoluto resumido por el título de la charla: “Las luces se apagan: el final del Neoclasicismo”.  Se trató, según Azúa”, de un “acelerado proceso de destrucción” que transformó el mundo en tan solo 50 años (entre 1750-1800).

“Se suele hablar del siglo XVIII o la Ilustración como el Siglo de las Luces en todos los idiomas”, explicó  el filósofo. “Hay una relación metafórica entre el predominio de la razón y la luz que ilumina la oscuridad”.

En su conferencia, que abordó la dimensión artística o estética de la Ilustración, Azúa detalló cómo “el Neoclasicismo, que es el estilo que correspondería al Siglo de las Luces, tiene un recorrido muy curioso y contradictorio, ya que es a partir de una deriva del Neoclasicismo más puro por donde comienza su enemigo de manual, que es su contrario, el Romanticismo”.

En realidad, Azúa considera que “es muy difícil diferenciar el Romanticismo de Neoclasicismo” porque, tal y como señaló en su conferencia, en el estilo neoclásico y algunos de sus artistas, como Johann Heinrich Füssli y William Blake, se puede detectar “la deriva progresiva hacia la oscuridad romántica” y “el fin de las Luces”.  Según resaltó el filósofo, “aunque son dos momentos diferenciados, Ilustración y Romanticismo forman un par indisociable”, explicó.

El impacto de la Revolución Francesa

De hecho, para Azúa, el Romanticismo “nace de la Ilustración, en realidad es su hijo”, y el acontecimiento histórico fundamental para entender este “cambio absoluto” fue la Revolución Francesa. “Se ve claramente que hay un corrimiento hacia formas cada vez más oscuras, incluso siniestras, hasta que la Revolución Francesa naturalmente lo precipita todo. La Revolución es en 1789, ya está terminando el XVIII, pero será un empujón tremendo hacia lo que luego llamaremos Romanticismo, que es lo contrario de las luces”, argumentó en una entrevista realizada antes de pronunciar su conferencia (ver el vídeo de la entrevista sobre estas líneas).

En este sentido, una figura clave para Azúa en la deriva del Neoclasicismo al Romanticismo, o de “las luces” a “la oscuridad” fue Jacques Louis David, en su opinión “uno de los grandes genios de la historia de la pintura, al que hoy no se aprecia”. Las obras de David, señaló el filósofo, influyeron enormemente, pero además tuvo una participación directa en la Revolución, ya que “perteneció al ala más dura de los terroristas”, e incluso “es uno de los que firmó la decapitación del Rey”.

“Finalmente el propio David, cuando las cosas se ponen mal en la Revolución y asesinan a Marat, que era su mejor amigo, pintará un famoso cuadro, ‘La muerte de Marat’, que ya es un cuadro romántico”, explicó Azúa. “Luego lo encarcelan, pero Napoléon sabía diferenciar entre la estupidez política y el talento artístico, así que lo sacó de la cárcel, lo recuperó y lo convirtió en pintor suyo. Pero a partir de ese momento deja de tener el menor interés, se convierte en un pintor cortesano, pintando el famoso cuadro inmenso de la coronación de Napoléon con 200 personas. En ese momento comienza el Romanticismo”.

En cuanto a la posibilidad de que el análisis histórico de este periodo nos pueda ayudar a comprender el mundo de hoy en el siglo XXI, Azúa considera que es muy difícil establecer un puente con la actualidad: “Hasta hace relativamente poco, el siglo XX seguía estando dentro del Romanticismo puro. Las guerras son guerras nacionalistas, y el nacionalismo es típico del Romanticismo del XIX. Pero a partir de la revolución tecnológica e informática, la aparición de internet y todo lo que nos ocupa en la actualidad, se rompe con la tradición romántica y todavía no sabemos cómo será este mundo que estamos construyendo ahora mismo y viviendo de un modo casi intuitivo. Sobre este nuevo mundo, que ya no es romántico, de momento apenas entendemos nada”.

En todo caso, lo que Azúa sí tiene claro es que hoy lo que queda del Romanticismo, incluyendo a los movimientos nacionalistas, es una visión moribunda que vive sus últimos estertores: “En este momento son pura caspa, es polvo, no tiene el menor interés. ¿Dónde continúan? En los países poco desarrollados y con poca cultura. ¿En qué lugares? Los más ignorantes, pero está muerto, todo eso está muerto. Tardará en enterarse de que está muerto, pero todos los que a su alrededor tienen olfato ya huelen a podrido y se van”.