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El propio apelativo de «Ilustración» como signo de identidad del siglo XVIII fue ya objeto de debate en su propia época. Siglo de las Luces, de la Ilustración, del Iluminismo… Es la construcción de un mito, por el que se pasa de las sombras a la luz. Como todo mito, tiene una parte de verdad, aunque también de sombras que, en cierto sentido, no son menores que en otras épocas, si bien es cierto que se dan pasos de gigante en la concepción de una ciudadanía, de la valoración del hombre concreto individual como sujeto de derechos y en la aspiración a una nueva articulación del poder político y social. Es además un movimiento que recorre toda Europa, con distintos énfasis y distintos tiempos, pero presente antes o después en todos los grandes países europeos, incluyendo claro está España. «El convoy semántico de las Luces…», como lo definió un historiador del período, penetra en todas partes y constituye un antes y un después. El famoso «Sapere aude», el «atrévete a saber» recogido por Kant, es la enseña de la Ilustración, el valor para aceptar una mayoría de edad, sin tutelas sobrenaturales o autoritarias. Un proyecto europeo, abierto y continuo, con potentes raíces inglesas, difusión francesa en especial, pero con representaciones singulares en todos los ámbitos: escoceses, napolitanos, españoles… D’Alembert lo resumió magistralmente: «En cuanto observamos atentamente el siglo que vivimos, en cuanto vemos las costumbres, conversaciones, obras, […] Todo ha sido discutido, analizado, removido, cambiado… fruto de esa efervescencia una nueva luz surge…».