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Si bien la utopía como género literario y político tiene una fecha de comienzo simbólica con la Utopía de Tomás Moro en 1516, la pulsión utópica como parte del pensamiento humano, como parte del imaginario social de una época, existe antes y después de ese inicio emblemático, aunque con diferentes características y efectos prácticos. En el siglo XVIII precisamente todos los géneros utópicos modernos están representados ampliamente. Podría encontrarse una afinidad latente entre el espíritu de la Ilustración y las utopías, especialmente con la potente idea de un progreso material y cultural en el que cree el hombre ilustrado. Los viajes imaginarios es un vehículo frecuente para describir órdenes sociales más justos e igualitarios, pero también para denunciar la dificultad o imposibilidad de tales sociedades perfectas. Ya en Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift deja asomar la distopía o características negativas de posibles mundos perfectos, que un Mandeville lleva irónicamente a su fábula alegórica de las abejas y del vicio y la virtud. De las influencias rousseaunianas surgen varias de las utopías clásicas del siglo e incluso la primera que anticipa una fecha fija para esa sociedad ideal: el año 2440, de Mercier. Tendencias utópicas y contrautópicas que se prolongarán a lo largo de los siglos XIX y XX, contrastadas con los acontecimientos históricos reales, hasta nuestros días.