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El teatro clásico surgió en Atenas a fines del siglo VI a. C. en el marco de las fiestas del dios Dioniso. Su época de esplendor fue el siglo V a. C., en sus dos formas dramáticas de tragedia y comedia. Las representaciones, dos veces al año, tenían lugar en el gran teatro al pie de la Acrópolis. La ciudad democrática las organizaba. Los temas de los dramas venían de los mitos, presentados bajo una nueva perspectiva centrada no en la gloria, sino en lo patético de los héroes.

Todas las versiones de un mito son parte integrante del propio mito. Una obra literaria es solo un hito en la corriente de una tradición mítica. Pero, en el caso de una recreación tan profunda como la de muchos de los personajes de la tragedia griega, imprime su marca en esta para siempre. De una parte está el mito, con su larga tradición que lo enriquece y lo configura en su globalidad. De otra, una versión privilegiada, que marca el entendimiento de la trama para la posteridad. Las versiones privilegiadas de la tragedia griega, por su hondura o su calidad poética, han marcado con sus ecos toda la tradición mítica posterior.

En el marco cívico del teatro ateniense consagrado a Dioniso, se representan las pasiones y desastres de los héroes para lección y reflexión de los espectadores, esto es, de toda la ciudad. Los mitos alertan sobre los riesgos de la condición humana. La excesiva areté concluye en ese cambio de fortuna que, como advirtió Aristóteles, provoca en el público una catarsis del terror y la compasión, sentimientos que inspiran los destinos de los grandes héroes que desfilan ante los ojos de los ciudadanos en las fiestas dionisíacas. Agamenón, Edipo, Heracles, Penteo y otras grandes figuras míticas salen a escena para dar cuenta de sus terribles padecimientos, páthe, que son una muestra a la vez de la grandeza y fragilidad de la condición heroica, es decir, de la condición humana en su más alto grado de nobleza.

 

Presenta: Jesús de la Villa Polo
Presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos